La alimentación, un futuro lleno de contradicciones

por Beatriz Gutiérrez

Nos enfrentamos a un futuro volátil, con muchos retos que afrontar, inestabilidad e incertidumbre: guerras, crisis energética, inflación, escasez, sobrepoblación, cambio climático, la Agenda 2030, la transformación digital, etc. Todo ello afecta directamente sobre la cadena agroalimentaria y sobre el comportamiento de los consumidores, que cada vez son más conscientes y apuestan por los alimentos saludables, sostenibles y locales. Javier Romera, jefe de redacción de El Economista y director de Ecoretail, comparte sus reflexiones en la edición 2022 de Alimentos del Futuro recordándonos que "Los retos a los que se enfrenta la alimentación no son con todo ello, desde luego, nada fáciles. Pero el futuro está aún por escribir y en nuestra mano está que vaya en una u otra dirección. El viaje acaba de empezar."


En 1960 la Tierra tenía poco de más de 3.000 millones de habitantes. Hoy son 7.700 millones y, según las últimas previsiones de la ONU, se calcula que en 2030 habremos sumado otros mil millones más. Es un gran reto demográfico ante el que se plantean no pocas dificultades. Es cierto que gran parte del crecimiento de la población mundial se concentrará en apenas una decena de países, pero, ¿habrá suficientes recursos para alimentar a todo el  mundo?, ¿será posible cumplir con los Objetivos de Desarrollo Sostenible  (ODS) a tan solo ocho años vista y acabar con el hambre, tal y como se pretende sobre el papel, ante tamaño desafío? 

La FAO, la Organización de las Naciones Unidades para la Alimentación y la Agricultura, indica que para 2030 el déficit comercial agropecuario de los países en desarrollo crecerá con rapidez. El problema que se plantea de fondo es que la mayor reducción y el mejor aprovechamiento de los recursos naturales pueden acabar chocando con la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible. 

"Erradicar la pobreza y el hambre al mismo tiempo que se combate el cambio climático y se protegen nuestros recursos naturales pueden acabar siendo así tareas contradictorias.

Es lo mismo que sucede con la alimentación. Impulsar la producción  agrícola y buscar alternativas vegetales —o incluso de laboratorio— a la actividad ganadera pueden resultar relativamente sencillas en la teoría. La duda que se plantea es si eso se puede lograr en un momento en el que, tal y como señala el Banco Mundial, la aceleración del cambio climático amenaza con reducir aún más el rendimiento de los cultivos. Y todo ello sin olvidar que las actividades agrícolas y ganaderas, unidas al intenso cambio que se está produciendo en el uso de la tierra, son responsables del 25% de las emisiones de gases de efecto invernadero.  

Los actuales sistemas de producción alimentaria y la sobreexplotación de los ecosistemas naturales pueden acabar por volverse así en nuestra contra y las empresas que no lo tengan en cuenta, antes o después, tendrán que afrontar las consecuencias.

Lo hemos visto ya con productos como el aceite de palma, cuyo rechazo masivo por parte del consumidor ante las dramáticas consecuencias que su producción tiene para el medio ambiente, han forzado la búsqueda de un cambio sin paliativos en la formulación de los productos de no pocas empresas alimentarias. Cumplir con los ODS y erradicar el hambre en el mundo exige, por lo tanto, altura de miras.

Para evitar los errores cometidos con las fuentes de energía, y ante las dificultades para incrementar de forma acelerada la producción alimentaria, lo que deberíamos plantearnos antes de nada es cómo combatir el desperdicioLos últimos datos son muy claros. 

"Según el Banco Mundial, “un tercio de los alimentos producidos en el mundo se pierde o se desperdicia”. Y eso es algo que, si queremos garantizar la seguridad alimentaria del planeta y reducir al mismo tiempo las presiones sobre el medio ambiente, urge abordar de forma urgente.

En España, un país donde 7,7 millones de toneladas de comida acaba cada año en la basura, la organización de fabricantes y distribuidores Aecoc ha puesto en marcha un programa que puede servir de ejemplo al resto del mundo: ‘La Alimentación no tiene desperdicio’. Su objetivo es establecer prácticas de prevención y eficiencia a lo largo de toda la cadena, optimizando al máximo el aprovechamiento de los recursos, apostando por la redistribución, reutilización y reciclado de los excedentes, siempre que sus condiciones lo permitan. 

Todo ello, además de poner en marcha todas las políticas y estrategias necesarias para concienciar y sensibilizar sobre el problema a la sociedad. Porque cada alimento que acaba en la basura es una batalla perdida más en la guerra abierta contra el cambio climático.

Pero las contradicciones y los retos pendientes no acaban aquí. Más allá de garantizar la seguridad alimentaria, otro de los grandes problemas que se plantea es el de salud. Porque al margen la necesidad de paliar la falta de alimentos, otro de los grandes desafíos que tenemos por delante es el de combatir la obesidad. La Organización Mundial de la Salud (OMS) calcula que ya hay a nivel mundial más población infantil y adolescente con obesidad que con insuficiencia nutricional. “El sobrepeso y la obesidad han alcanzado proporciones epidémicas en Europa", ha asegurado en un informe reciente.

La batalla para frenar su consumo no ha hecho nada más que comenzar y el problema es que en la industria hay quien prefiere todavía seguir mirando para otro lado, olvidando las repercusiones que todo ello puede tener en la forma en la que consumimos. La industria y la distribución alimentaria tienen todavía en su mano la potestad de tomar medidas al respecto, pero el tiempo corre en su contra. Y cada vez queda menos.

Los retos a los que se enfrenta la alimentación no son con todo ello, desde luego, nada fáciles. Pero el futuro está aún por escribir y en nuestra mano está que vaya en una u otra dirección. El viaje acaba de empezar.


Puedes leer el artículo completo en el libro ‘Alimentos del Futuro 2022

Javier Romera,

Jefe de redacción de El Economista y director de Ecoretail


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